Introducción
En esta parte segunda de El Sistema del Poder, se analizan los aspectos más relevantes de
las religiones del mundo vistas como un elemento de suma importancia histórica
en el desarrollo y conformación del sistema de dominación de las sociedades
humanas. Es una referencia indispensable para entender las relaciones que
guardan las personas con su entorno y con sus semejantes, ya que como se vio en
la parte primera, el inicio del Sistema extiende en dos grandes ramas sus
procesos de dominación: 1) el establecimiento de la civilización a partir de
políticas comerciales con un régimen piramidal de injusticia social, y; 2) la
formalización de las normas de comportamiento social dentro del ámbito
supuestamente ajeno a lo económico, a partir de las normas religiosas,
igualmente con un régimen piramidal, pero en sentido teocrático. Estos dos
bastiones del Sistema del poder en su conjunto, delimitan el pensamiento y la
actividad humana desde el punto de vista puramente físico por un lado, y desde
el punto de vista espiritual, por el otro, donde aspectos como la moral o la
ética, quedan atrapados entre estos dos bastiones.
Los dueños de estas
dos herramientas de dominación, que se erigen como representantes exclusivos de
cada una de ellas, guardan estrecha relación unos con otros y, si bien a lo
largo de la historia han tenido sus diferencias y sus conflictos de intereses,
han aprendido a tolerarse y darse la mano unos a otros, respetado cada uno su
ámbito de acción, con el fin último de mantener a la masa social bajo el pleno
dominio que a ellos y a la organización social les conviene. En algunos casos,
como en el mundo árabe, los dueños de una y otra herramientas, son los mismos.
Pero como se estableció en la parte anterior, no son precisamente las personas
las que conforman la estructura de este tipo de organizaciones, ya que estas
vienen y van; lo que conforma tal estructura, son las instituciones y, en el
caso de las religiones, los símbolos representados por las bibliotecas que
contienen las teorías, las leyes, las normas y los demás elementos literarios,
artísticos, históricos y filosóficos, y en los templos; conjunto que sustenta a
cada una de las religiones.
Las bases que para
la conculcación de las libertades intrínsecas del ser humano tiene y utiliza la
religión, no varían mucho (salvando obvias diferencias), de las bases que para
el mismo fin tiene y utiliza el Sistema en su ámbito político: las variaciones
son de orden bipolar; mientras que por un lado se perturba el pensamiento
individual y social cotidiano fuera de lo espiritual, por el otro se perturba
precisamente la parte de pensamiento espiritual del individuo en relación con
su entorno social. La política económica por un lado, y la manipulación
teológica por el otro, son los dos polos que mantienen el equilibrio entre el
conocimiento y la imaginaria del ser humano acotándolo dentro de un área
preestablecida, conocida y recurrente para que lleve adelante su vida sobre
sendas perfectamente identificadas a lo largo y ancho del mapa que delimita las
formas impuestas de convivencia y subsistencia de la especie. Pero la principal
similitud de estos dos pilares de la dominación, es que surgen y se mantienen
del dogma, por lo que mucho de sus normatividades se sustentan en hipótesis,
porque a final de cuentas, el dogma es eso: una hipótesis; por un lado, surgen
las hipótesis materiales y, por el otro, las hipótesis espirituales, y ambas,
en aparente asincronía, intentan explicar el origen del Universo, cada cual
desde su trinchera, pero no sólo eso, sino que en el intento, han arrastrado y
siguen arrastrando a toda la humanidad.
Las formas de
dominación basadas en la espiritualidad, datan de muchos cientos de años antes
que las formas de dominación basadas en políticas comerciales, donde solían ser
más estables y duraderas en sus métodos las primeras que las segundas, por lo
que es de suponerse, que unas derivan de las otras en muchos sentidos (al grado
que podríamos decir que el poder social basado en lo político económico, es el
hijo descarriado del poder social basado en lo religioso). Para el caso que nos
compete, en lo que se refiere estrictamente al sentido de dominación, son casi
idénticas, sobretodo si hablamos de las religiones judeocristianas, donde
existe una base para normar la actividad y pensamiento humano del tipo premio /
castigo. Otras como el budismo, se basan en un sistema causa / efecto, aunque
no deja de ser casi lo mismo, a no ser por la diferencia en el origen de la
consecuencia: mientras en las del tipo premio / castigo, donde si bien la
relación causa / efecto subyace, la causa se asocia al individuo y el efecto
(premio o castigo) proviene de la deidad; en las del tipo causa / efecto, tanto
el antecedente como el consecuente están directamente asociados al individuo en
su relación con el entorno. En cualquier caso, obrar bien y cumplir con lo
establecido asegura un consecuente benéfico para el individuo, mientras que
obrar mal o no cumplir con lo establecido, le augura un consecuente negativo.
Hasta aquí, podemos
preguntar ¿y qué hay de malo en esta filosofía?. A primera vista, nada. Pero si
ahondamos en detalles como quién y por qué establece la delimitación de lo que
son las buenas y las malas obras, y más aún, en qué se basan los protocolos que
hay que cumplir y las penas por no hacerlo, es ahí donde empezamos a encontrar
problemas. La diversidad religiosa en el mundo, además de las condiciones
geográficas, históricas y culturales, se debe también a la falta de acuerdo
respecto a estos límites y castigos; respecto al origen teológico y respecto a
intereses muy particulares de los que se erigen como líderes.
El control
religioso, sin embargo, pocas veces a través de la historia, se ha sobrepuesto
al control político laico, y en ocasiones, ha pendido de la misma persona o del
mismo grupo. No obstante esta aparentemente menor capacidad para dominar a un
pueblo entero, la religión ha servido a los poderosos para mantener el ligamen
social indispensable para lograr la cohesión de los miembros de una sociedad.
No resulta descabellado sin embargo, pensar en una sociedad dominada
completamente laica. Esto no se ha dado en la práctica de una manera extensiva
y duradera, pero no ha sido por la indispensabilidad del control religioso,
sino porque este control tiene una especie de derecho de antigüedad, que además posibilita a otros grupos a
ejercer la dominación a la par del control político laico, sin entrar en
contradicción con este, más bien en la mayoría de los casos, ayudando a
mantener el orden establecido participando así de los beneficios que esto
representa. Históricamente, a partir de la alianza Iglesia – Estado en la época
de Constantino, el poder político se legitima a través del poder religioso, y
el poder religioso se desarrolla bajo la sombra y protección del poder
político. La iglesia desde ese momento, asciende rápidamente hacia una estructura
más burocratizada y tiende a imitar a la estructura que sustenta el poder
político, al grado de convertirse finalmente en un Estado (El Estado Vaticano),
o a ser parte integral del Estado político económico. Pero no fue así al inicio
de esta alianza, ya que las tradiciones cristianas perduraban por sobre las
ambiciones políticas dentro de esta reducida comunidad, aunque de suyo era la
forma de organización eclesiástica, completamente ajena al poder político. Lo
que cambió radicalmente esta condición, fue la política de Constantino de
ofrecer ciertos privilegios dentro del imperio a los obispos y, si estos no
accedían, promovía el nombramiento de nobles ajenos al cristianismo, como
obispos. El objetivo era sin duda sentar una base teológica unificadora e
uniforme a lo largo del Impero para aprovechar el dogma cristiano en pos del
dominio político central, para lo cual convocó la celebración del primer
Concilio (Nicea). Cuando setenta años después de la muerte de Constantino, el
cristianismo había perneado tanto a la población y se había fortalecido tanto,
que la caída del Imperio Romano de Occidente, no significó la caída del
cristianismo como principal religión en la mayor parte de Europa central. Por
el lado del Imperio Romano de Oriente, este sobrevivió todavía varios siglos.
Por otro lado, la ausencia de religión en una
sociedad, no implica de ninguna manera la ausencia de espiritualidad, ni la no
creencia en determinada deidad, esto precisamente porque en la mayoría de las
religiones se admite que no cumplir con sus preceptos, es consecuencia de no
ser considerado un fiel auténtico. Por ejemplo, para las doctrinas que imponen
el bautismo, la falta de cumplimiento con tal protocolo desacredita al feligrés
como miembro de lo que llaman Fe; por el contrario, es considerado nuevo
miembro cuando cumple con el bautismo. Esta representación indica que la
religión no sólo es cuestión de creencia, sino de conducta, de hecho más de
conducta que de creencia, ya que se dice que la creencia, es consecuencia de la
conducta. Sabemos que en las cúpulas eclesiásticas, esto no es verdad.
El control religioso y las aberraciones que este ha
producido, alentado o al menos permitido, ha sido criticado por grupos
antirreligiosos, principalmente grupos relacionados con el mundo de la ciencia,
sin caer el la cuenta que desde las llamadas ciencias sociales, se han cometido
peores aberraciones, principalmente desde el darwinismo social y el eugenismo.
No existe justificación coherente que explique el exterminio de los habitantes
aborígenes de Tasmania, de las miles de muertes en Namibia, de los treinta
millones de hindúes muertos de hambre durante el dominio británico en la India.
De igual manera, apoyado en estas teorías “científicas”, no hay forma de
justificar el racismo y los crímenes que a su sombra se han cometido en todo el
mundo. Tanto el control religioso como cualquier otro tipo de control, tienen
en su historia, un largo rosario de atrocidades.
Pero vayamos a indagar un poco sobre el origen de
la religión, para lo cual, no vamos a recurrir a toda la suerte de hipótesis
que al respecto se han propuesto (animismo y preanimismo, magismo y premagismo,
manismo, naturismo, neonaturismo, sociologismo, totemismo, entre otras). Para efectos de nuestro análisis, no
es necesario declarar alguna de las millones de páginas escritas a lo largo del
último siglo y medio, nos basta con abocarnos a cosas mucho más simples. Es
innegable que el ser humano se compone de una parte mística, espiritual,
mágica. Esta característica es privativa de la especie humana hasta donde
podemos conocer y su origen tiene que ver con la adquisición de la Conciencia
del Ser. Un ser racional, que desarrolla la necesidad de reflejarse
fuera de sí mismo para justificar su existencia, necesita de un referente
externo, superior y duradero para entender su condición racional, más aún
cuando su nivel de conocimiento se encuentra en una etapa de desarrollo básico.
Esta Conciencia del Ser, proviene a su vez, de una Conciencia de existir y
pertenencia, la cual es el conocimiento de uno mismo a partir del instinto,
donde no hay cabida al raciocinio de ningún tipo, por lo que es característica
de toda forma de vida animal. La Conciencia del Ser, sin embargo, no aporta
respuestas sino que se manifiesta como una serie de preguntas: ¿qué soy? ¿por
qué estoy aquí? ¿desde cuándo? ¿para qué?. Las respuestas o la falta de
respuestas, hacen que esa Conciencia del Ser, se vaya transformando en Consciencia
del yo, cuando el “yo” se entiende como el “todos como yo” a través de
una identidad. La identidad manifiesta permite a un grupo de individuos con
Conciencia del Ser, declarar tal condición, de manera que la identidad, al
manifestarse, presupone la unión de esos individuos. Dentro del tema que nos
ocupa, la unión dispuesta por la identidad y expresada en la declaratoria,
aporta los elementos sociales necesarios para el nacimiento y desarrollo de un
culto común para varios individuos. Al extenderse este culto y al ser sometido
a las variables propias de la competencia natural entre los individuos de una
misma especie (darwinismo social), se fortalece la identidad; el culto, al
socializarse, va adquiriendo características de cultura (culto à
cultura), se va organizando su ejercicio, se van delegando responsabilidades y
tareas hasta el punto que los objetivos de conocimiento inicial del Ser (dar
satisfacción a la Conciencia del Ser), pasan a segundo término de importancia
en lo práctico, para dar lugar a que la identidad inicial deje de ser una mera
manifestación y se convierta en una condición necesaria de pertenencia al grupo
humano que justifique su existencia, ya no sólo individual, sino social de la
forma del “todos como yo”. La
consciencia del yo como el “todos como yo” es entonces, Consciencia de
especie, pero desde el muy particular punto de vista del grupo humano
que encontró y manifestó una identidad respecto a sus “Conciencia del Ser” individuales.
Esta particular Consciencia de especie, por derivarse de una Conciencia del Ser
no satisfecha en sus objetivos originales, sino satisfecha en sus referentes
externos a manera de creencia, mito y superstición, al hacerse cultura, no es
otra cosa que la unión por identidad en la creencia, es decir, es una religión.
Lo anterior explica
que cualquier persona por ser racional, puede encontrar identidad con cualquier
religión, si su Conciencia del Ser hace las mismas preguntas y se satisface con
las mismas respuestas cuando esa identidad depende en gran medida de la
cultura. Se explica que haya tantas religiones como formas de preguntar de la
Conciencia del Ser hay, y tantas como condiciones de satisfacción pueda haber a
esas preguntas, todas dependientes de la cultura. Pero no sólo es la identidad
por la identidad misma ante la Conciencia del Ser, sino que para formar un
grupo religioso estable y duradero, se hacen necesarios los simbolismos y los
antecedentes extra límite de la naturaleza humana, es decir, seres (reales o
ficticios) que en su momento rebasaron los límites “normales” de la capacidad
humana, los cuáles se convierten en símbolos de la identidad y en garantes a
manera de justificación, de la religión o culto.
Abriendo un
paréntesis, es conveniente mencionar que los conceptos de Conciencia del Ser
y Consciencia de especie, no son sólo relativos a la religión, sino que
son aplicables a todas las ramas del conocimiento. La Conciencia del Ser, hace
referencia a un nivel de conocimiento básico, casi intuitivo; es como una idea
simple que se diluye en la incertidumbre o que se deriva de una incertidumbre
válida. En tanto que la Consciencia de especie, hace referencia a un nivel de
conocimiento profundo, precisamente inspirado por la Conciencia del Ser
relativa al hecho o cuestión que requiere mayor profundidad. Se cierra el
paréntesis.
Cuando la
justificación de la existencia encuentra su origen en los referentes externos a
la misma, es natural que del mismo modo se busque ahí justificación para toda
consecuencia de esa existencia. Voy a hacer una alegoría simplista de estos
hechos:
Yo existo porque el
sol existe; es real porque lo percibo a pesar de ser esa percepción
involuntaria, entonces el sol Es, si Es existe y si existe yo
existo a partir de que puedo percibirlo.
Si es el sol lo que justifica mi existencia, y no solo eso, sino que permite mi
existencia, y si permite mi existencia es que puedo percibirlo no sólo con mis
sentidos, sino con mi mente, entonces el sol es quien me crea desde el punto de
vista de hacerme conciente de mí. En otras palabras, al haberme creado y al
permitirme percibirlo, es que puedo percibirme yo, es decir, no puedo tener
conciencia de mí sin antes tener conciencia de quien me creó (de quien me hizo
conciente). Quien crea por permitir la conciencia, para una mente
filosóficamente primitiva, necesariamente debe ser quien crea la conciencia y
si crea la conciencia, crea al contenedor de la conciencia, es decir, al ser
humano, porque por principio, no hay para el hombre primitivo, diferencia entre
Conciencia del Ser y la existencia: la Conciencia del Ser, es mi yo.
A partir de esta
justificación de la existencia, la Conciencia del Ser encuentra satisfacción en
referentes externos a quienes llama padres originales, creadores o dioses. La
falta de conocimiento acerca de nuestros orígenes, permite que estos referentes
externos sean satisfactorios para responder a la Conciencia del Ser; todo ser
racional necesita satisfacer su Conciencia del Ser de una o de otra forma, y
una de esas formas es la religión, con todo y los absurdos que a la fecha hemos
ido descubriendo o inventando a través de siglos de teología y desarrollo del
conocimiento.
Sin embargo, este trabajo no pretende llevar a cabo
una búsqueda exhaustiva de los absurdos religiosos, ya que resultaría demasiado
sencillo (o demasiado peligroso, si no partimos de un conocimiento histórico -
teológico suficiente y adecuado), y demasiado extenso. No, el objetivo de este
análisis se queda en tratar de mostrar cómo las religiones inciden en la
consciencia del individuo para hacerlo perder su esencia y voluntad en
beneficio de unos y para perjuicio del resto y del entorno.
Tampoco se trata de
denostar a las religiones, ni a sus líderes, mucho menos a las deidades que
cada una representa, aunque he llegado a la conclusión que un alto porcentaje
de fieles, en realidad no lleva a cabo muchos de los preceptos de su Iglesia
(varía de un culto a otro); no cumple con los mandamientos o su ley escrita;
apenas conoce la historia de su religión y poco o nada sabe de muchos temas
clave que dieron origen o que sustentan su creencia, es decir, han desarrollado
una fe ciega, donde lo
importante para distinguirse como fieles, en la práctica, se reduce solo a
cumplir con los protocolos. De cualquier forma, cada persona lleva o dice
llevar una religión, en base a su necesidad de justificar su Ser, sin darse
cuenta, muchas veces, que para satisfacer esa necesidad, no necesita pertenecer
a una organización religiosa. El racionalismo aplicado a explicar la religión,
encuentra como único avance humano significativo al respecto, la abolición de
toda religión, pero para eso se necesita algo más que método.
Ahora bien, para
poder hablar de las religiones y de su influencia, no basta con haber
pertenecido a una de ellas ni con los testimonios y ejemplos que a diario se
encuentran, sino que es necesario estudiar e investigar sobre las más
importantes, en función precisamente de su nivel de influencia, de modo que
entre los puntos divergentes, aparecen a su vez, las convergencias. El problema
es la enorme diversidad de religiones, la gama infinita de interpretaciones
sobre una sola de ellas y el ocultismo de las cúpulas acerca de las raíces
reales de cada culto. Todo esta complejidad se resuelve sólo desde la
perspectiva social, del efecto que la inducción religiosa tiene sobre el individuo y sus conductas. La
conclusión adelantada de este estudio, es que las creencias en general, las que
tienen por principio el bien, no son dañinas a la sociedad desde el punto de
vista de su base filosófica. Lo que daña es colocar esta creencia sobre una
base organizativa burocrática, parcial, sectaria, en ocasiones abominable,
irracional, persecutoria, punitiva y con claras tendencias a la dominación por
la fe y a su usufructo indebido por parte de las cúpulas clericales, además de
los fines económicos que muchas de ellas persiguen.
Quitando de en
medio a las religiones de reciente creación, digamos después de la Revolución
Industrial, pues básicamente persiguen un fin económico y son en extremo copias
malas y absurdas del cristianismo primitivo o resultado del sincretismo de dos
o más cultos, nos situaremos en las religiones antiguas, como el judaísmo, el
cristianismo católico y protestante, el budismo, el taoísmo, el brahamanismo,
el Islam y, a manera de referencias históricas, las religiones politeístas de
la antigua Grecia, de la América precolombina y del antiguo Egipto, entre otras
de especial importancia por su matrícula o por su nivel de influencia.
Por principio, la
conformación de una religión primigenia donde quiera que se haya dado, contiene
básicamente los mismos elementos: 1) ignorancia sobre aspectos puramente
espirituales y naturales y, por lo tanto, la necesidad de contar con un guía
espiritual ligado a la naturaleza circundante; 2) la falta de método y
herramientas para comprender fenómenos naturales, por lo que son asociados a
seres superiores, a la vez, representados en ocasiones por cuerpos celestes u
otro elemento o fenómeno de la naturaleza; 3)
la falta de comprensión de todos los aspectos de la naturaleza humana y
su origen; y 4) la necesidad de socializar bajo ciertas reglas, básicamente
buscando una identidad. Aún así, con estos elementos e inclusive con la
conformación de un grupo social basado en mitos, con reglas de comportamiento
naturalistas y con guías sacerdotales, no se puede considerar la existencia de
una religión. Para ello hace falta un elemento de control social sustentado
sobre una estructura patriarcal, y esto no surge por sí solo y menos sin los
justificantes suficientes. Los incipientes futuros sacerdotes no podían
conformar un grupo social alrededor suyo sin el acierto sobre las cuestiones
místicas que preocupaban a los demás miembros de la comunidad. Un diagnóstico
acertado es imposible siempre si se lo coloca sobre la responsabilidad de un
individuo que es parte del grupo social. Entonces la responsabilidad del acierto
o del error debe recaer en “alguien” externo al grupo; de ahí surgió la
necesidad de inventar al ser invisible del que sólo se conocen sus obras, es
decir, al Dios que rige los fenómenos internos y externos del ser humano. Como
es invisible, requiere de un mensajero e intérprete; es ahí donde entra el
sacerdocio y el chamanismo. En los beneficios que brinda la deidad, el
reconocimiento recae tanto en la deidad como en el sacerdote; el los
perjuicios, el sacerdote hace que la responsabilidad recaiga sobre los fieles
por no ser tal como quiere la deidad, y que por medio de él, lo ha expresado.
Para esto es necesario un código moral complicado (la Ley religiosa) para que
siempre haya quienes no puedan cumplirlo y así justificar las faltas y con
ellas, la persecución y el castigo.
En los primeros
años de control religioso, sin embargo, el concepto del mal no estaba ligado a
una figura ya sea puramente conceptual o específicamente personalizada, sino
que el mal era intrínseco del ser humano y los males que este padecía, podían
provenir de un conjunto de deidades (en las culturas politeístas), o del Dios
único (en las monoteístas), de tal forma que bien y mal provenían de la misma
fuente, de la misma personalidad. Por ejemplo, el concepto de demonio, más bien
era ligado a una entidad creada o utilizada por la deidad para castigar o poner
a prueba al ser humano; o se
trataba de una personalidad adoptada por la deidad, pero no se trataba de un
ser exclusivamente opuesto al bien, ya que los dioses tampoco eran exclusivos
del bien, sino que mantenían un equilibrio que iba de una a otra posición y
esto a veces se explicaba simplemente por razones de capricho o pugna divina
entre dos o más dioses, donde el ser humano era sólo una marioneta usada para
satisfacer sus demostraciones de poder y control.
Dentro del antiguo
testamento, encontramos ya sea a un Satanás que aparece como un esbirro de
Dios, específicamente en el Libro de Job, o al ángel de la muerte referido en
el éxodo, que nada tiene que ver con Satanás; o bien como un ser sin
independencia sobre sus actos, sino que estos se supeditan a la voluntad divina
del creador. Inclusive, dentro del Génesis, se observa que el demonio engaña a
Eva burlando el control de Dios sobre el acceso al Paraíso y, al ser descubierto,
es echado fuera de él y condenado a una condición aún peor de la que mantenía
anteriormente. Es hasta la aparición del cristianismo, que se delimita
claramente la figura de Satanás, como el opuesto, como aquél que tiene la
osadía de retar la voluntad de Dios, aunque nunca lo logra, pues esta
oposición, es usada por Dios para cumplir sus planes respecto a la humanidad,
por lo que a pesar de que el demonio trata de imponerse, lo único que logra es
participar de los planes de Dios. Dentro del Islam, se retoma esta forma y el
demonio también es un ser que no atiende la voluntad de Dios. Dentro de las
religiones provenientes del judaísmo, de hecho se convierte en una figura
indispensable para explicar la existencia del mal y para poner a prueba a la
humanidad; sin esa figura, el mal seguiría recayendo en la deidad y se
explicaría como la forma de castigar la deslealtad humana.
Entonces el concepto ya personalizado del mal, es decir, Satanás, cae como
anillo al dedo para los propósitos religiosos, reemplazando a un Dios iracundo,
inmisericorde y vengativo, por un Dios amoroso que protegerá a los fieles de
las asechanzas del maligno. No quiere decir esto que un Dios o dioses que bien
pueden ser benevolentes o bien pueden ser perversos, no sirvan para los propósitos
religiosos, sino que al despojar el mal de la deidad, el sacerdote adquiere
mayor control sobre las obras de los fieles, ya que con la salida del mal como
parte del culto religioso, de ya no pertenecer a la personalidad divina, se
está en posición de decretar que todo aquél que está fuera del culto religioso,
corre un riesgo que no corre quien está dentro, o de plano es considerado
enemigo. En otras palabras, el que profesa la religión del bien, se declara
seguidor del bien. ¿Cuántos quieren no ser seguidores del bien?. Pero este
exilio del mal, no es del todo completo, ya que el temor a la culpa es parte
sustancial de muchos cultos religiosos. El Dios bueno, de cualquier forma, al
final del camino, hará juicio de cada fiel según proceder. Si este no es satisfactorio,
existe un castigo que puede o no relacionarse con el maligno. En el
cristianismo y en algunas religiones politeístas, el lugar de los muertos es
donde también mora el maligno, ya sea como demonio o como deidad de la
oscuridad. El rey de las tinieblas, sea que se tome como deidad o no, se
encargará de atormentar a los que lleguen a sus dominios en base a la gravedad
de sus pecados. Esta concepción ha ido cambiando recientemente. Por ejemplo, en
el catolicismo, el Vaticano ha declarado oficialmente que el infierno no existe
tal como se había supuesto según La Divina Comedia de Dante Alighieri.
Según el evangelio de Mateo (13, 37-39), YAHSHU’A
de Nazaret, en su explicación a la parábola de las malas hierbas, dice: “El que
siembra la semilla buena es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo. La buena
semilla es la gente del Reino. La maleza es la gente del Maligno. El enemigo
que la siembra es el diablo; La cosecha es el fin del mundo, y los segadores
son los ángeles.”, donde los segadores deberán cortar primero las malas hierbas
y las arrojarán al fuego. Aquí se establece claramente que el castigo es
iniciativa de Dios, no del demonio; el demonio sólo se encarga de propiciar el
pecado que merezca castigo, no de ejercerlo.
Dentro de la historia novelesca de Lucifer, se
ubica el concepto de pecado, que es faltar a la ley divina o traicionar a Dios.
En este caso, el otrora Luzbel, es lleno del pecado de soberbia y se revela
contra Dios. Con tal de no hacer su voluntad, inventa toda clase de contrarios a
las virtudes divinas y de ahí surgen todos los demás pecados. En el principio
de esta historia, la única ley divina era la lealtad al creador; después de la
revelación de Luzbel, que pasa a ser llamado Lucifer y luego Satanás, nacen los
conceptos de los demás pecados, que al final conforman los siete pecados
capitales. Sin embargo, con la aparición de la humanidad, la ley de Dios se
hace más extensa para abarcar desobediencias sólo aplicables a estos últimos,
como es el caso de los mandamientos relativos a las relaciones intra maritales
y extramaritales. De ahí, la Ley de Moisés o la Ley del Mahoma, ya no sólo
intentan regular las actitudes humanas, sino que tratan de abarcar toda su
cultura, su forma de pensar y sobretodo de actuar respecto a los semejantes y
respecto a Dios. La Torá es el compendio antiguo más extenso y complejo de
leyes para guiar y controlar la actividad humana. Con el cristianismo, estas
leyes encuentran su extensión en el ámbito puramente espiritual, es decir, ya
no basta con hacer o dejar de hacer, sino con pensar y dejar de pensar; con
sentir y dejar de sentir; con desear y no desear. Esto va directamente a la
consciencia de las personas. El cambio más importante de esta nueva
concepción, es que quien supervisa el comportamiento humano, ya no es un
sacerdote, sino el espíritu de Dios, porque es el único capaz de ver dentro de
la imaginería y el corazón humanos, lo que hace irrelevantes a los sacerdotes
como fiscales del pecado, quedando sólo como guías doctrinales, lo cual,
nunca se llevó a efecto en la realidad, pues los nuevos sacerdotes no sólo no
dejaron de ser reguladores, perseguidores y verdugos, sino por el contrario, se
impusieron nuevas tareas con el fin velado de tener poder y control sobre los
demás. Oponerse a esto, es precisamente lo que provoca la conspiración de los
sacerdotes contra YAHSHU’A. Los intereses políticos, sociales y económicos de
los líderes religiosos judíos, estaban en riesgo con la doctrina de YAHSHU’A.
Curiosamente, la Iglesia que se fundamenta en esta doctrina, opera de forma muy
similar a aquella que condenó al Nazareno, aunque mantiene, raquíticamente si
consideramos su magnitud organizacional, elementos del cristianismo primigenio
desde el punto de vista de la asistencia a los necesitados. Dentro del Islam,
ocurre otra cosa: los infieles, es decir, los que no profesan la misma fe, de
antemano son considerados enemigos y como tales, deben ser perseguidos,
absorbidos o exterminados.
El cristianismo mal
entendido o mal aplicado, sea a propósito o no, se convirtió en un lastre
social, sin negar sus contribuciones al bienestar, pero a un costo muy alto.
Por eso, lo que hoy llamamos cristianismo no es tal más que por su parte
doctrinal, sino una desviación del propósito inicial de una Iglesia Universal
basada en la pureza del corazón antes que en los actos, pues sin maldad en el
corazón, no puede haber maldad en los actos consecuentes. YAHSHU’A de Nazaret
da en el clavo respecto a la forma de seguir la Ley: que la actitud humana debe
ser congruente con su forma de sentir y de pensar, y esto debe estar basado en
el amor a Dios, a uno mismo y al prójimo, de otra forma no sirve de nada
abstenerse de dañar, pues con el solo deseo de hacerlo, basta para estar en pecado
situándose fuera de la armonía universal. Se trata de hacer que la
Conciencia del Ser, se convierta mediante el raciocinio liberado, en
consciencia de especie.
El entendimiento de este concepto integral del ser
humano, se refleja en la aceptación de su propia condición; una manzana que por
fuera se observa hermosa y suculenta, si por dentro está llena de gusanos, es
una manzana en peor condición que la manzana podrida, porque esta última al
menos se presenta honesta, en cambio la otra, además de no ser buena para el
consumo, es engañosa. El ser humano, visto desde esta concepción, es una
entidad formada de dos partes: la parte puramente visible, lo tangible que
puede ser percibido por cualquiera de los sentidos y por la razón, y la parte
no tangible, es decir, la espiritualidad manifiesta por la forma de pensar y de
sentir; por el control de las emociones, lo que deriva en el pleno control de
uno mismo y nos permite el conocimiento integral de lo que somos cada uno de
los seres humanos. De ahí luego se desprende el fin último del ser humano, ya
que no puede haber un fin válido y trascendente sin el propio conocimiento
de uno mismo, no sólo desde la perspectiva psicológica (hasta donde podemos
entender de nosotros), sino con la mayor amplitud posible, donde se incluya lo
espiritual; de otra forma, cualquier fin seguirá sentado sobre la base ficticia
del Sistema: trabajar para vivir y vivir para trabajar sin salir de la
austeridad espiritual en el sentir, en el hacer y en el pensar para, por fin, pertenecer
a la cosmovisión del Universo del cual somos parte pero cada vez sabemos
integrarnos menos. Tal pareciera que el signo de modernidad más aceptado es
aquél que nos distingue y nos aleja de la Tierra y de cuanto en ella existe
fuera de la creación humana (al grado que nos distinguimos de los animales). La
espiritualidad queda relegada casi en exclusiva al ámbito religioso, sea del
lado de la “luz” o de la “oscuridad”.
Ahora bien, volviendo al núcleo filosófico de la
idea, la demolición del Templo, es el mensaje de YAHSHU’A más importante para
la formación de la nueva Iglesia, para entender su funcionamiento y objetivos.
Los símbolos del nuevo pacto, igualmente se basan en la dualidad humana: el
bautismo con agua, simboliza la purificación de la parte tangible, mientras que
el bautismo con el Espíritu Santo, simboliza la purificación de lo intangible
(pensamientos y espiritualidad). La destrucción del Templo, simboliza la
abolición de las viejas formas religiosas, es decir, basadas en intermediarios
(los sacerdotes) para castigar el pecado en función de los actos. En realidad,
el nuevo Templo de Dios debe entenderse dentro de cada fiel. Luego, YAHSHU’A
menciona que no vino a abolir la Ley de Moisés, ni a cambiar siquiera una coma,
sino a complementarla, es decir, darle el sentido dual, donde lo interno de la
persona adquiere preeminencia sobre lo externo, relevando así a los sacerdotes
de las funciones de persecución. Después, cuando envía a sus discípulos a
predicar por cuenta propia, el simbolismo de esta acción indica que el nuevo
sacerdocio tiene como fin primordial, el adoctrinamiento y la asistencia a los
necesitados. Por supuesto, la pérdida de poder y mando que esto representa para
las cúpulas religiosas no les resultaba conveniente y con el tiempo, recayeron
en la tendencia al control y la manipulación, es decir, a reconstruir un Templo
igual al que YAHSHU’A vino a destruir. Para lograr esto, incluyeron en la
doctrina, toda suerte de ideas que apoyaran y justificasen la sumisión de los
fieles y la supervisión que la Iglesia ejerciera sobre ellos. Tuvieron que
pasar siglos para que la palabra escrita de la Ley (Biblia), fuera traducida
del latín a otros idiomas y otros años más para que el fiel común y corriente
tuviera acceso a ella. Por ejemplo, en la época de San Francisco de Asis, la
Biblia traducida circulaba clandestinamente en círculos de intelectuales ajenos
a la clerecía, muy cerrados, reducidos y selectos.
Como ya se
mencionó, ya en tiempos de Constantino, el poder religioso pacta con el poder
político y se forma la dualidad en el control de las personas: un control para
la parte tangible y un control para la parte intangible. Inclusive en la
actualidad, el Rey de Inglaterra sólo puede ser ungido por el Obispo de
Canterburry, como una remembranza del amasiato de estos dos poderes, igual que
siglos atrás ocurrió con la coronación a manos del Papa en turno de infinidad
de Emperadores (protocolo real impuesto por el mismo Constantino y reeditado
simbólicamente siglos después por Napoleón Bonaparte, y aunque él decidió
coronarse a sí mismo, requirió la presencia del Papa).
El control
religioso, es sin duda, cónclave para que la dialéctica histórica dejara de
tener efecto sobre la evolución natural de los sistemas sociales
hacia una verdadera liberación de la consciencia humana, por lo que para
corregir el rumbo de la humanidad, es necesario no sólo derrumbar al control
político, sino también el religioso, y la única manera de hacer esto, es
mediante el estudio razonado de la historia de ambos poderes para descubrir su
verdadero rostro. De esta suerte, es que surge esta parte segunda de El Sistema
del Poder, y que se distingue con el nominativo La Teología de la Dominación.
Del mismo modo como los judíos se liberaron del
control religioso para adaptarse sin mayor problema a las sociedades donde se
establecieron a partir de la destrucción del máximo símbolo de su
idiosincrasia: el Templo de Dios, de ese mismo modo la destrucción de los
símbolos religiosos dogmáticos (o de su influencia) de todas las religiones
permitirá la liberación del control social de la clerecía. También, del mismo
modo como la conservación de las Sagradas Escrituras permitió a los judíos
conservar su identidad como pueblo, de ese modo la conservación de las
enseñanzas no dogmáticas de cada religión, permitirá el crecimiento espiritual
y la unidad de los feligreses, pero ya no como religión, sino como una actitud
ante la vida, a partir por supuesto, de la conciencia y el raciocinio, es
decir, de la consciencia.
Desde el punto de
vista racional, pero no por eso dejando de lado la parte espiritual del Ser
humano, no hay razón para que una religión ejerza un poder fuera del
adoctrinamiento sobre sus fieles; no hay justificación que sustente una
autoridad más allá de lo ideológico, ya que si aceptamos que la religión nace
como respuesta social a la Conciencia del Ser insatisfecha, es menester y
obligado, que la religión, antes que otra cosa, busque dar fehaciente y
verdadera satisfacción a la Conciencia Colectiva ligada a la Conciencia del Ser
de un grupo humano. Por supuesto, esto es difícil porque al colectivizar los
satisfactores, estos se reducen a su mínima expresión, dejando fuera las
particularidades de cada individuo, aquellas que permanecen ajenas a la
identidad original, de tal suerte que acabamos sobre una base que puede ser muy
rica filosófica y epistemológicamente hablando, pero apenas perceptible en lo
teórico y práctico, o al menos así debería de ser, sin embargo esto no ocurre:
se tiene una base filosófica y epistemológica muy rica, sí, pero rígida, no
sujeta al escrutinio racional (sea objetiva o subjetivamente), por lo que sus
incongruencias permanecen inmutables y antes de abrirse a tal escrutinio y
resolverse, provocan la escisión y la ruptura. Por el lado teórico y práctico,
se tiene una cultura en permanente cambio, en perpetua transformación sin
perder sus dotes de regidor de vidas, comportamientos y formas de pensar.
La escisión es la
principal consecuencia de la falta de un adoctrinamiento más profundo y menos
dogmático hacia los fieles, ya sea que abandonan la religión, o son víctimas
fáciles de otras religiones. La lógica, en extremo pobre de quienes introducen
una nueva doctrina, es del tipo: “¿crees en Dios?”, si la respuesta es Sí, se
continúa: “Dios dice que hagas todas estas cosas..., entonces si crees en Dios
debes hacerlas”; si uno no las hace, ya para cumplir con Dios, los maestros nos
hacen cumplirlo por la fuerza, sea mediante acoso social, psicológico,
económico o físico. A partir de que aceptamos una religión, nos convertimos no
al Dios que sustenta el culto, sino que nos sometemos a los caprichos de la
clerecía; y obtenemos no la recompensa divina prometida, sino el reconocimiento
social y las dádivas (físicas, económicas o espirituales) del grupo religioso,
incluida su aceptación. Por un lado, nos dicen que Dios es todo sabiduría y
amor, y por el otro, nos convierten en marionetas estúpidas, ignorantes e
incapaces de obtener de Dios sus enseñanzas por cuenta propia. Es cierto que
para abrazar una fe teológica, se puede hacer a través de abrazar la religión respectiva,
pero no es cierto que no pueda ser fuera de dicha religión.
En esta parte
segunda, si bien se tratan muchos cultos religiosos y al menos se mencionan o
dan ejemplos de muchos más, el núcleo de estudio viene dado por El
Cristianismo, por ser este, uno de los de mayor influencia no sólo por su
extensión y magnitud, sino por su influencia socio político religiosa a lo
largo de la historia del mundo occidental. Es también importante decir, que es
en el cristianismo católico, donde puedo dar mejor cuenta de los elementos de
análisis tanto sociales, políticos y religiosos por ser el más extendido en mi
país y por yo mismo, pertenecer a dicho culto en lo espiritual, y haber
desertado de él en lo práctico, es decir, llevar un culto secular.
Ahora bien, es
cierta la enorme influencia que han tenido las religiones en el ámbito
económico a través de los siglos, pero no se incluye aquí un tratamiento
económico de las religiones. Este, se incorpora en forma más o menos amplia, en
la cuarta parte de esta obra, donde además se establece un modelo “ideal” que
comprende no sólo lo religioso, sino también lo social, lo político y lo
económico.
El
poderoso, es como una araña: fabrica su trampa pero es él quien se ve atrapado
en ella, porque a partir de ocuparla, se hace dependiente de ella.
Ishtar, la diosa de la tierra, dice a Gilgamesh: “¡Ven, Gilgamesh, sé tú (mi)
amante!
Concédeme tu fruto. Serás
mi marido y yo seré tu mujer. Enjaezaré para ti un carro de lapislázuli y oro,
Cuyas ruedas son áureas y cuyas astas son de bronce. Tendrás demonios de la
tempestad que uncir a fuerza de mulas poderosas.”. el poema de Gilgamesh.
En el poema de Gilgamesh, este héroe
lamenta la muerte de su amigo Enkidu, por consigna del dios Enlil, de la
siguiente forma: “¡Oídme, oh ancianos, [y prestad oído] a mí! Por Enkidu, mi
[amigo], lloro, gimiendo amargamente como una plañidera. El hacha de mi
costado, confianza de mi mano, el puñal de mi cinto, [el escudo] delante de mí,
mi túnica de fiesta, mi más rico tocado-- ¡Un demonio [perverso] apareció
arrebatándomelos!”.