jueves, 19 de julio de 2012

El Sistema del poder Vol 2 La teología de la dominación. Introducción


Introducción


En esta parte segunda de El Sistema del Poder, se analizan los aspectos más relevantes de las religiones del mundo vistas como un elemento de suma importancia histórica en el desarrollo y conformación del sistema de dominación de las sociedades humanas. Es una referencia indispensable para entender las relaciones que guardan las personas con su entorno y con sus semejantes, ya que como se vio en la parte primera, el inicio del Sistema extiende en dos grandes ramas sus procesos de dominación: 1) el establecimiento de la civilización a partir de políticas comerciales con un régimen piramidal de injusticia social, y; 2) la formalización de las normas de comportamiento social dentro del ámbito supuestamente ajeno a lo económico, a partir de las normas religiosas, igualmente con un régimen piramidal, pero en sentido teocrático. Estos dos bastiones del Sistema del poder en su conjunto, delimitan el pensamiento y la actividad humana desde el punto de vista puramente físico por un lado, y desde el punto de vista espiritual, por el otro, donde aspectos como la moral o la ética, quedan atrapados entre estos dos bastiones.

Los dueños de estas dos herramientas de dominación, que se erigen como representantes exclusivos de cada una de ellas, guardan estrecha relación unos con otros y, si bien a lo largo de la historia han tenido sus diferencias y sus conflictos de intereses, han aprendido a tolerarse y darse la mano unos a otros, respetado cada uno su ámbito de acción, con el fin último de mantener a la masa social bajo el pleno dominio que a ellos y a la organización social les conviene. En algunos casos, como en el mundo árabe, los dueños de una y otra herramientas, son los mismos. Pero como se estableció en la parte anterior, no son precisamente las personas las que conforman la estructura de este tipo de organizaciones, ya que estas vienen y van; lo que conforma tal estructura, son las instituciones y, en el caso de las religiones, los símbolos representados por las bibliotecas que contienen las teorías, las leyes, las normas y los demás elementos literarios, artísticos, históricos y filosóficos, y en los templos; conjunto que sustenta a cada una de las religiones.

Las bases que para la conculcación de las libertades intrínsecas del ser humano tiene y utiliza la religión, no varían mucho (salvando obvias diferencias), de las bases que para el mismo fin tiene y utiliza el Sistema en su ámbito político: las variaciones son de orden bipolar; mientras que por un lado se perturba el pensamiento individual y social cotidiano fuera de lo espiritual, por el otro se perturba precisamente la parte de pensamiento espiritual del individuo en relación con su entorno social. La política económica por un lado, y la manipulación teológica por el otro, son los dos polos que mantienen el equilibrio entre el conocimiento y la imaginaria del ser humano acotándolo dentro de un área preestablecida, conocida y recurrente para que lleve adelante su vida sobre sendas perfectamente identificadas a lo largo y ancho del mapa que delimita las formas impuestas de convivencia y subsistencia de la especie. Pero la principal similitud de estos dos pilares de la dominación, es que surgen y se mantienen del dogma, por lo que mucho de sus normatividades se sustentan en hipótesis, porque a final de cuentas, el dogma es eso: una hipótesis; por un lado, surgen las hipótesis materiales y, por el otro, las hipótesis espirituales, y ambas, en aparente asincronía, intentan explicar el origen del Universo, cada cual desde su trinchera, pero no sólo eso, sino que en el intento, han arrastrado y siguen arrastrando a toda la humanidad.

Las formas de dominación basadas en la espiritualidad, datan de muchos cientos de años antes que las formas de dominación basadas en políticas comerciales, donde solían ser más estables y duraderas en sus métodos las primeras que las segundas, por lo que es de suponerse, que unas derivan de las otras en muchos sentidos (al grado que podríamos decir que el poder social basado en lo político económico, es el hijo descarriado del poder social basado en lo religioso). Para el caso que nos compete, en lo que se refiere estrictamente al sentido de dominación, son casi idénticas, sobretodo si hablamos de las religiones judeocristianas, donde existe una base para normar la actividad y pensamiento humano del tipo premio / castigo. Otras como el budismo, se basan en un sistema causa / efecto, aunque no deja de ser casi lo mismo, a no ser por la diferencia en el origen de la consecuencia: mientras en las del tipo premio / castigo, donde si bien la relación causa / efecto subyace, la causa se asocia al individuo y el efecto (premio o castigo) proviene de la deidad; en las del tipo causa / efecto, tanto el antecedente como el consecuente están directamente asociados al individuo en su relación con el entorno. En cualquier caso, obrar bien y cumplir con lo establecido asegura un consecuente benéfico para el individuo, mientras que obrar mal o no cumplir con lo establecido, le augura un consecuente negativo.

Hasta aquí, podemos preguntar ¿y qué hay de malo en esta filosofía?. A primera vista, nada. Pero si ahondamos en detalles como quién y por qué establece la delimitación de lo que son las buenas y las malas obras, y más aún, en qué se basan los protocolos que hay que cumplir y las penas por no hacerlo, es ahí donde empezamos a encontrar problemas. La diversidad religiosa en el mundo, además de las condiciones geográficas, históricas y culturales, se debe también a la falta de acuerdo respecto a estos límites y castigos; respecto al origen teológico y respecto a intereses muy particulares de los que se erigen como líderes.

El control religioso, sin embargo, pocas veces a través de la historia, se ha sobrepuesto al control político laico, y en ocasiones, ha pendido de la misma persona o del mismo grupo. No obstante esta aparentemente menor capacidad para dominar a un pueblo entero, la religión ha servido a los poderosos para mantener el ligamen social indispensable para lograr la cohesión de los miembros de una sociedad. No resulta descabellado sin embargo, pensar en una sociedad dominada completamente laica. Esto no se ha dado en la práctica de una manera extensiva y duradera, pero no ha sido por la indispensabilidad del control religioso, sino porque este control tiene una especie de derecho de antigüedad, que además posibilita a otros grupos a ejercer la dominación a la par del control político laico, sin entrar en contradicción con este, más bien en la mayoría de los casos, ayudando a mantener el orden establecido participando así de los beneficios que esto representa. Históricamente, a partir de la alianza Iglesia – Estado en la época de Constantino, el poder político se legitima a través del poder religioso, y el poder religioso se desarrolla bajo la sombra y protección del poder político. La iglesia desde ese momento, asciende rápidamente hacia una estructura más burocratizada y tiende a imitar a la estructura que sustenta el poder político, al grado de convertirse finalmente en un Estado (El Estado Vaticano), o a ser parte integral del Estado político económico. Pero no fue así al inicio de esta alianza, ya que las tradiciones cristianas perduraban por sobre las ambiciones políticas dentro de esta reducida comunidad, aunque de suyo era la forma de organización eclesiástica, completamente ajena al poder político. Lo que cambió radicalmente esta condición, fue la política de Constantino de ofrecer ciertos privilegios dentro del imperio a los obispos y, si estos no accedían, promovía el nombramiento de nobles ajenos al cristianismo, como obispos. El objetivo era sin duda sentar una base teológica unificadora e uniforme a lo largo del Impero para aprovechar el dogma cristiano en pos del dominio político central, para lo cual convocó la celebración del primer Concilio (Nicea). Cuando setenta años después de la muerte de Constantino, el cristianismo había perneado tanto a la población y se había fortalecido tanto, que la caída del Imperio Romano de Occidente, no significó la caída del cristianismo como principal religión en la mayor parte de Europa central. Por el lado del Imperio Romano de Oriente, este sobrevivió todavía varios siglos.

Por otro lado, la ausencia de religión en una sociedad, no implica de ninguna manera la ausencia de espiritualidad, ni la no creencia en determinada deidad, esto precisamente porque en la mayoría de las religiones se admite que no cumplir con sus preceptos, es consecuencia de no ser considerado un fiel auténtico. Por ejemplo, para las doctrinas que imponen el bautismo, la falta de cumplimiento con tal protocolo desacredita al feligrés como miembro de lo que llaman Fe; por el contrario, es considerado nuevo miembro cuando cumple con el bautismo. Esta representación indica que la religión no sólo es cuestión de creencia, sino de conducta, de hecho más de conducta que de creencia, ya que se dice que la creencia, es consecuencia de la conducta. Sabemos que en las cúpulas eclesiásticas, esto no es verdad.

El control religioso y las aberraciones que este ha producido, alentado o al menos permitido, ha sido criticado por grupos antirreligiosos, principalmente grupos relacionados con el mundo de la ciencia, sin caer el la cuenta que desde las llamadas ciencias sociales, se han cometido peores aberraciones, principalmente desde el darwinismo social y el eugenismo. No existe justificación coherente que explique el exterminio de los habitantes aborígenes de Tasmania, de las miles de muertes en Namibia, de los treinta millones de hindúes muertos de hambre durante el dominio británico en la India. De igual manera, apoyado en estas teorías “científicas”, no hay forma de justificar el racismo y los crímenes que a su sombra se han cometido en todo el mundo. Tanto el control religioso como cualquier otro tipo de control, tienen en su historia, un largo rosario de atrocidades.

Pero vayamos a indagar un poco sobre el origen de la religión, para lo cual, no vamos a recurrir a toda la suerte de hipótesis que al respecto se han propuesto (animismo y preanimismo, magismo y premagismo, manismo, naturismo, neonaturismo, sociologismo, totemismo, entre otras1). Para efectos de nuestro análisis, no es necesario declarar alguna de las millones de páginas escritas a lo largo del último siglo y medio, nos basta con abocarnos a cosas mucho más simples. Es innegable que el ser humano se compone de una parte mística, espiritual, mágica. Esta característica es privativa de la especie humana hasta donde podemos conocer y su origen tiene que ver con la adquisición de la Conciencia del Ser. Un ser racional, que desarrolla la necesidad de reflejarse fuera de sí mismo para justificar su existencia, necesita de un referente externo, superior y duradero para entender su condición racional, más aún cuando su nivel de conocimiento se encuentra en una etapa de desarrollo básico. Esta Conciencia del Ser, proviene a su vez, de una Conciencia de existir y pertenencia, la cual es el conocimiento de uno mismo a partir del instinto, donde no hay cabida al raciocinio de ningún tipo, por lo que es característica de toda forma de vida animal. La Conciencia del Ser, sin embargo, no aporta respuestas sino que se manifiesta como una serie de preguntas: ¿qué soy? ¿por qué estoy aquí? ¿desde cuándo? ¿para qué?. Las respuestas o la falta de respuestas, hacen que esa Conciencia del Ser, se vaya transformando en Consciencia del yo, cuando el “yo” se entiende como el “todos como yo” a través de una identidad. La identidad manifiesta permite a un grupo de individuos con Conciencia del Ser, declarar tal condición, de manera que la identidad, al manifestarse, presupone la unión de esos individuos. Dentro del tema que nos ocupa, la unión dispuesta por la identidad y expresada en la declaratoria, aporta los elementos sociales necesarios para el nacimiento y desarrollo de un culto común para varios individuos. Al extenderse este culto y al ser sometido a las variables propias de la competencia natural entre los individuos de una misma especie (darwinismo social), se fortalece la identidad; el culto, al socializarse, va adquiriendo características de cultura (culto à cultura), se va organizando su ejercicio, se van delegando responsabilidades y tareas hasta el punto que los objetivos de conocimiento inicial del Ser (dar satisfacción a la Conciencia del Ser), pasan a segundo término de importancia en lo práctico, para dar lugar a que la identidad inicial deje de ser una mera manifestación y se convierta en una condición necesaria de pertenencia al grupo humano que justifique su existencia, ya no sólo individual, sino social de la forma del  “todos como yo”. La consciencia del yo como el “todos como yo” es entonces, Consciencia de especie, pero desde el muy particular punto de vista del grupo humano que encontró y manifestó una identidad respecto a sus “Conciencia del Ser” individuales. Esta particular Consciencia de especie, por derivarse de una Conciencia del Ser no satisfecha en sus objetivos originales, sino satisfecha en sus referentes externos a manera de creencia, mito y superstición, al hacerse cultura, no es otra cosa que la unión por identidad en la creencia, es decir, es una religión.

Lo anterior explica que cualquier persona por ser racional, puede encontrar identidad con cualquier religión, si su Conciencia del Ser hace las mismas preguntas y se satisface con las mismas respuestas cuando esa identidad depende en gran medida de la cultura. Se explica que haya tantas religiones como formas de preguntar de la Conciencia del Ser hay, y tantas como condiciones de satisfacción pueda haber a esas preguntas, todas dependientes de la cultura. Pero no sólo es la identidad por la identidad misma ante la Conciencia del Ser, sino que para formar un grupo religioso estable y duradero, se hacen necesarios los simbolismos y los antecedentes extra límite de la naturaleza humana, es decir, seres (reales o ficticios) que en su momento rebasaron los límites “normales” de la capacidad humana, los cuáles se convierten en símbolos de la identidad y en garantes a manera de justificación, de la religión o culto.

Abriendo un paréntesis, es conveniente mencionar que los conceptos de Conciencia del Ser y Consciencia de especie, no son sólo relativos a la religión, sino que son aplicables a todas las ramas del conocimiento. La Conciencia del Ser, hace referencia a un nivel de conocimiento básico, casi intuitivo; es como una idea simple que se diluye en la incertidumbre o que se deriva de una incertidumbre válida. En tanto que la Consciencia de especie, hace referencia a un nivel de conocimiento profundo, precisamente inspirado por la Conciencia del Ser relativa al hecho o cuestión que requiere mayor profundidad. Se cierra el paréntesis.

Cuando la justificación de la existencia encuentra su origen en los referentes externos a la misma, es natural que del mismo modo se busque ahí justificación para toda consecuencia de esa existencia. Voy a hacer una alegoría simplista de estos hechos:

Yo existo porque el sol existe; es real porque lo percibo a pesar de ser esa percepción involuntaria, entonces el sol Es, si Es existe y si existe yo existo a partir de que puedo percibirlo2. Si es el sol lo que justifica mi existencia, y no solo eso, sino que permite mi existencia, y si permite mi existencia es que puedo percibirlo no sólo con mis sentidos, sino con mi mente, entonces el sol es quien me crea desde el punto de vista de hacerme conciente de mí. En otras palabras, al haberme creado y al permitirme percibirlo, es que puedo percibirme yo, es decir, no puedo tener conciencia de mí sin antes tener conciencia de quien me creó (de quien me hizo conciente). Quien crea por permitir la conciencia, para una mente filosóficamente primitiva, necesariamente debe ser quien crea la conciencia y si crea la conciencia, crea al contenedor de la conciencia, es decir, al ser humano, porque por principio, no hay para el hombre primitivo, diferencia entre Conciencia del Ser y la existencia: la Conciencia del Ser, es mi yo.

A partir de esta justificación de la existencia, la Conciencia del Ser encuentra satisfacción en referentes externos a quienes llama padres originales, creadores o dioses. La falta de conocimiento acerca de nuestros orígenes, permite que estos referentes externos sean satisfactorios para responder a la Conciencia del Ser; todo ser racional necesita satisfacer su Conciencia del Ser de una o de otra forma, y una de esas formas es la religión, con todo y los absurdos que a la fecha hemos ido descubriendo o inventando a través de siglos de teología y desarrollo del conocimiento.

Sin embargo, este trabajo no pretende llevar a cabo una búsqueda exhaustiva de los absurdos religiosos, ya que resultaría demasiado sencillo (o demasiado peligroso, si no partimos de un conocimiento histórico - teológico suficiente y adecuado), y demasiado extenso. No, el objetivo de este análisis se queda en tratar de mostrar cómo las religiones inciden en la consciencia del individuo para hacerlo perder su esencia y voluntad en beneficio de unos y para perjuicio del resto y del entorno.

Tampoco se trata de denostar a las religiones, ni a sus líderes, mucho menos a las deidades que cada una representa, aunque he llegado a la conclusión que un alto porcentaje de fieles, en realidad no lleva a cabo muchos de los preceptos de su Iglesia (varía de un culto a otro); no cumple con los mandamientos o su ley escrita; apenas conoce la historia de su religión y poco o nada sabe de muchos temas clave que dieron origen o que sustentan su creencia, es decir, han desarrollado una fe ciega, donde lo importante para distinguirse como fieles, en la práctica, se reduce solo a cumplir con los protocolos. De cualquier forma, cada persona lleva o dice llevar una religión, en base a su necesidad de justificar su Ser, sin darse cuenta, muchas veces, que para satisfacer esa necesidad, no necesita pertenecer a una organización religiosa. El racionalismo aplicado a explicar la religión, encuentra como único avance humano significativo al respecto, la abolición de toda religión, pero para eso se necesita algo más que método.

Ahora bien, para poder hablar de las religiones y de su influencia, no basta con haber pertenecido a una de ellas ni con los testimonios y ejemplos que a diario se encuentran, sino que es necesario estudiar e investigar sobre las más importantes, en función precisamente de su nivel de influencia, de modo que entre los puntos divergentes, aparecen a su vez, las convergencias. El problema es la enorme diversidad de religiones, la gama infinita de interpretaciones sobre una sola de ellas y el ocultismo de las cúpulas acerca de las raíces reales de cada culto. Todo esta complejidad se resuelve sólo desde la perspectiva social, del efecto que la inducción religiosa tiene sobre el individuo y sus conductas. La conclusión adelantada de este estudio, es que las creencias en general, las que tienen por principio el bien, no son dañinas a la sociedad desde el punto de vista de su base filosófica. Lo que daña es colocar esta creencia sobre una base organizativa burocrática, parcial, sectaria, en ocasiones abominable, irracional, persecutoria, punitiva y con claras tendencias a la dominación por la fe y a su usufructo indebido por parte de las cúpulas clericales, además de los fines económicos que muchas de ellas persiguen.

Quitando de en medio a las religiones de reciente creación, digamos después de la Revolución Industrial, pues básicamente persiguen un fin económico y son en extremo copias malas y absurdas del cristianismo primitivo o resultado del sincretismo de dos o más cultos, nos situaremos en las religiones antiguas, como el judaísmo, el cristianismo católico y protestante, el budismo, el taoísmo, el brahamanismo, el Islam y, a manera de referencias históricas, las religiones politeístas de la antigua Grecia, de la América precolombina y del antiguo Egipto, entre otras de especial importancia por su matrícula o por su nivel de influencia.

Por principio, la conformación de una religión primigenia donde quiera que se haya dado, contiene básicamente los mismos elementos: 1) ignorancia sobre aspectos puramente espirituales y naturales y, por lo tanto, la necesidad de contar con un guía espiritual ligado a la naturaleza circundante; 2) la falta de método y herramientas para comprender fenómenos naturales, por lo que son asociados a seres superiores, a la vez, representados en ocasiones por cuerpos celestes u otro elemento o fenómeno de la naturaleza; 3)  la falta de comprensión de todos los aspectos de la naturaleza humana y su origen; y 4) la necesidad de socializar bajo ciertas reglas, básicamente buscando una identidad. Aún así, con estos elementos e inclusive con la conformación de un grupo social basado en mitos, con reglas de comportamiento naturalistas y con guías sacerdotales, no se puede considerar la existencia de una religión. Para ello hace falta un elemento de control social sustentado sobre una estructura patriarcal, y esto no surge por sí solo y menos sin los justificantes suficientes. Los incipientes futuros sacerdotes no podían conformar un grupo social alrededor suyo sin el acierto sobre las cuestiones místicas que preocupaban a los demás miembros de la comunidad. Un diagnóstico acertado es imposible siempre si se lo coloca sobre la responsabilidad de un individuo que es parte del grupo social. Entonces la responsabilidad del acierto o del error debe recaer en “alguien” externo al grupo; de ahí surgió la necesidad de inventar al ser invisible del que sólo se conocen sus obras, es decir, al Dios que rige los fenómenos internos y externos del ser humano. Como es invisible, requiere de un mensajero e intérprete; es ahí donde entra el sacerdocio y el chamanismo. En los beneficios que brinda la deidad, el reconocimiento recae tanto en la deidad como en el sacerdote; el los perjuicios, el sacerdote hace que la responsabilidad recaiga sobre los fieles por no ser tal como quiere la deidad, y que por medio de él, lo ha expresado. Para esto es necesario un código moral complicado (la Ley religiosa) para que siempre haya quienes no puedan cumplirlo y así justificar las faltas y con ellas, la persecución y el castigo.

En los primeros años de control religioso, sin embargo, el concepto del mal no estaba ligado a una figura ya sea puramente conceptual o específicamente personalizada, sino que el mal era intrínseco del ser humano y los males que este padecía, podían provenir de un conjunto de deidades (en las culturas politeístas), o del Dios único (en las monoteístas), de tal forma que bien y mal provenían de la misma fuente, de la misma personalidad. Por ejemplo, el concepto de demonio, más bien era ligado a una entidad creada o utilizada por la deidad para castigar o poner a prueba al ser humano3; o se trataba de una personalidad adoptada por la deidad, pero no se trataba de un ser exclusivamente opuesto al bien, ya que los dioses tampoco eran exclusivos del bien, sino que mantenían un equilibrio que iba de una a otra posición y esto a veces se explicaba simplemente por razones de capricho o pugna divina entre dos o más dioses, donde el ser humano era sólo una marioneta usada para satisfacer sus demostraciones de poder y control.

Dentro del antiguo testamento, encontramos ya sea a un Satanás que aparece como un esbirro de Dios, específicamente en el Libro de Job, o al ángel de la muerte referido en el éxodo, que nada tiene que ver con Satanás; o bien como un ser sin independencia sobre sus actos, sino que estos se supeditan a la voluntad divina del creador. Inclusive, dentro del Génesis, se observa que el demonio engaña a Eva burlando el control de Dios sobre el acceso al Paraíso y, al ser descubierto, es echado fuera de él y condenado a una condición aún peor de la que mantenía anteriormente. Es hasta la aparición del cristianismo, que se delimita claramente la figura de Satanás, como el opuesto, como aquél que tiene la osadía de retar la voluntad de Dios, aunque nunca lo logra, pues esta oposición, es usada por Dios para cumplir sus planes respecto a la humanidad, por lo que a pesar de que el demonio trata de imponerse, lo único que logra es participar de los planes de Dios. Dentro del Islam, se retoma esta forma y el demonio también es un ser que no atiende la voluntad de Dios. Dentro de las religiones provenientes del judaísmo, de hecho se convierte en una figura indispensable para explicar la existencia del mal y para poner a prueba a la humanidad; sin esa figura, el mal seguiría recayendo en la deidad y se explicaría como la forma de castigar la deslealtad humana4. Entonces el concepto ya personalizado del mal, es decir, Satanás, cae como anillo al dedo para los propósitos religiosos, reemplazando a un Dios iracundo, inmisericorde y vengativo, por un Dios amoroso que protegerá a los fieles de las asechanzas del maligno. No quiere decir esto que un Dios o dioses que bien pueden ser benevolentes o bien pueden ser perversos, no sirvan para los propósitos religiosos, sino que al despojar el mal de la deidad, el sacerdote adquiere mayor control sobre las obras de los fieles, ya que con la salida del mal como parte del culto religioso, de ya no pertenecer a la personalidad divina, se está en posición de decretar que todo aquél que está fuera del culto religioso, corre un riesgo que no corre quien está dentro, o de plano es considerado enemigo. En otras palabras, el que profesa la religión del bien, se declara seguidor del bien. ¿Cuántos quieren no ser seguidores del bien?. Pero este exilio del mal, no es del todo completo, ya que el temor a la culpa es parte sustancial de muchos cultos religiosos. El Dios bueno, de cualquier forma, al final del camino, hará juicio de cada fiel según proceder. Si este no es satisfactorio, existe un castigo que puede o no relacionarse con el maligno. En el cristianismo y en algunas religiones politeístas, el lugar de los muertos es donde también mora el maligno, ya sea como demonio o como deidad de la oscuridad. El rey de las tinieblas, sea que se tome como deidad o no, se encargará de atormentar a los que lleguen a sus dominios en base a la gravedad de sus pecados. Esta concepción ha ido cambiando recientemente. Por ejemplo, en el catolicismo, el Vaticano ha declarado oficialmente que el infierno no existe tal como se había supuesto según La Divina Comedia de Dante Alighieri. Según el evangelio de Mateo (13, 37-39), YAHSHU’A5 de Nazaret, en su explicación a la parábola de las malas hierbas, dice: “El que siembra la semilla buena es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo. La buena semilla es la gente del Reino. La maleza es la gente del Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo; La cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.”, donde los segadores deberán cortar primero las malas hierbas y las arrojarán al fuego. Aquí se establece claramente que el castigo es iniciativa de Dios, no del demonio; el demonio sólo se encarga de propiciar el pecado que merezca castigo, no de ejercerlo.

Dentro de la historia novelesca de Lucifer, se ubica el concepto de pecado, que es faltar a la ley divina o traicionar a Dios. En este caso, el otrora Luzbel, es lleno del pecado de soberbia y se revela contra Dios. Con tal de no hacer su voluntad, inventa toda clase de contrarios a las virtudes divinas y de ahí surgen todos los demás pecados. En el principio de esta historia, la única ley divina era la lealtad al creador; después de la revelación de Luzbel, que pasa a ser llamado Lucifer y luego Satanás, nacen los conceptos de los demás pecados, que al final conforman los siete pecados capitales. Sin embargo, con la aparición de la humanidad, la ley de Dios se hace más extensa para abarcar desobediencias sólo aplicables a estos últimos, como es el caso de los mandamientos relativos a las relaciones intra maritales y extramaritales. De ahí, la Ley de Moisés o la Ley del Mahoma, ya no sólo intentan regular las actitudes humanas, sino que tratan de abarcar toda su cultura, su forma de pensar y sobretodo de actuar respecto a los semejantes y respecto a Dios. La Torá es el compendio antiguo más extenso y complejo de leyes para guiar y controlar la actividad humana. Con el cristianismo, estas leyes encuentran su extensión en el ámbito puramente espiritual, es decir, ya no basta con hacer o dejar de hacer, sino con pensar y dejar de pensar; con sentir y dejar de sentir; con desear y no desear. Esto va directamente a la consciencia de las personas. El cambio más importante de esta nueva concepción, es que quien supervisa el comportamiento humano, ya no es un sacerdote, sino el espíritu de Dios, porque es el único capaz de ver dentro de la imaginería y el corazón humanos, lo que hace irrelevantes a los sacerdotes como fiscales del pecado, quedando sólo como guías doctrinales, lo cual, nunca se llevó a efecto en la realidad, pues los nuevos sacerdotes no sólo no dejaron de ser reguladores, perseguidores y verdugos, sino por el contrario, se impusieron nuevas tareas con el fin velado de tener poder y control sobre los demás. Oponerse a esto, es precisamente lo que provoca la conspiración de los sacerdotes contra YAHSHU’A. Los intereses políticos, sociales y económicos de los líderes religiosos judíos, estaban en riesgo con la doctrina de YAHSHU’A. Curiosamente, la Iglesia que se fundamenta en esta doctrina, opera de forma muy similar a aquella que condenó al Nazareno, aunque mantiene, raquíticamente si consideramos su magnitud organizacional, elementos del cristianismo primigenio desde el punto de vista de la asistencia a los necesitados. Dentro del Islam, ocurre otra cosa: los infieles, es decir, los que no profesan la misma fe, de antemano son considerados enemigos y como tales, deben ser perseguidos, absorbidos o exterminados.

El cristianismo mal entendido o mal aplicado, sea a propósito o no, se convirtió en un lastre social, sin negar sus contribuciones al bienestar, pero a un costo muy alto. Por eso, lo que hoy llamamos cristianismo no es tal más que por su parte doctrinal, sino una desviación del propósito inicial de una Iglesia Universal basada en la pureza del corazón antes que en los actos, pues sin maldad en el corazón, no puede haber maldad en los actos consecuentes. YAHSHU’A de Nazaret da en el clavo respecto a la forma de seguir la Ley: que la actitud humana debe ser congruente con su forma de sentir y de pensar, y esto debe estar basado en el amor a Dios, a uno mismo y al prójimo, de otra forma no sirve de nada abstenerse de dañar, pues con el solo deseo de hacerlo, basta para estar en pecado situándose fuera de la armonía universal. Se trata de hacer que la Conciencia del Ser, se convierta mediante el raciocinio liberado, en consciencia de especie.6

El entendimiento de este concepto integral del ser humano, se refleja en la aceptación de su propia condición; una manzana que por fuera se observa hermosa y suculenta, si por dentro está llena de gusanos, es una manzana en peor condición que la manzana podrida, porque esta última al menos se presenta honesta, en cambio la otra, además de no ser buena para el consumo, es engañosa. El ser humano, visto desde esta concepción, es una entidad formada de dos partes: la parte puramente visible, lo tangible que puede ser percibido por cualquiera de los sentidos y por la razón, y la parte no tangible, es decir, la espiritualidad manifiesta por la forma de pensar y de sentir; por el control de las emociones, lo que deriva en el pleno control de uno mismo y nos permite el conocimiento integral de lo que somos cada uno de los seres humanos. De ahí luego se desprende el fin último del ser humano, ya que no puede haber un fin válido y trascendente sin el propio conocimiento de uno mismo, no sólo desde la perspectiva psicológica (hasta donde podemos entender de nosotros), sino con la mayor amplitud posible, donde se incluya lo espiritual; de otra forma, cualquier fin seguirá sentado sobre la base ficticia del Sistema: trabajar para vivir y vivir para trabajar sin salir de la austeridad espiritual en el sentir, en el hacer y en el pensar para, por fin, pertenecer a la cosmovisión del Universo del cual somos parte pero cada vez sabemos integrarnos menos. Tal pareciera que el signo de modernidad más aceptado es aquél que nos distingue y nos aleja de la Tierra y de cuanto en ella existe fuera de la creación humana (al grado que nos distinguimos de los animales). La espiritualidad queda relegada casi en exclusiva al ámbito religioso, sea del lado de la “luz” o de la “oscuridad”.

Ahora bien, volviendo al núcleo filosófico de la idea, la demolición del Templo, es el mensaje de YAHSHU’A más importante para la formación de la nueva Iglesia, para entender su funcionamiento y objetivos. Los símbolos del nuevo pacto, igualmente se basan en la dualidad humana: el bautismo con agua, simboliza la purificación de la parte tangible, mientras que el bautismo con el Espíritu Santo, simboliza la purificación de lo intangible (pensamientos y espiritualidad). La destrucción del Templo, simboliza la abolición de las viejas formas religiosas, es decir, basadas en intermediarios (los sacerdotes) para castigar el pecado en función de los actos. En realidad, el nuevo Templo de Dios debe entenderse dentro de cada fiel. Luego, YAHSHU’A menciona que no vino a abolir la Ley de Moisés, ni a cambiar siquiera una coma, sino a complementarla, es decir, darle el sentido dual, donde lo interno de la persona adquiere preeminencia sobre lo externo, relevando así a los sacerdotes de las funciones de persecución. Después, cuando envía a sus discípulos a predicar por cuenta propia, el simbolismo de esta acción indica que el nuevo sacerdocio tiene como fin primordial, el adoctrinamiento y la asistencia a los necesitados. Por supuesto, la pérdida de poder y mando que esto representa para las cúpulas religiosas no les resultaba conveniente y con el tiempo, recayeron en la tendencia al control y la manipulación, es decir, a reconstruir un Templo igual al que YAHSHU’A vino a destruir. Para lograr esto, incluyeron en la doctrina, toda suerte de ideas que apoyaran y justificasen la sumisión de los fieles y la supervisión que la Iglesia ejerciera sobre ellos. Tuvieron que pasar siglos para que la palabra escrita de la Ley (Biblia), fuera traducida del latín a otros idiomas y otros años más para que el fiel común y corriente tuviera acceso a ella. Por ejemplo, en la época de San Francisco de Asis, la Biblia traducida circulaba clandestinamente en círculos de intelectuales ajenos a la clerecía, muy cerrados, reducidos y selectos.

Como ya se mencionó, ya en tiempos de Constantino, el poder religioso pacta con el poder político y se forma la dualidad en el control de las personas: un control para la parte tangible y un control para la parte intangible. Inclusive en la actualidad, el Rey de Inglaterra sólo puede ser ungido por el Obispo de Canterburry, como una remembranza del amasiato de estos dos poderes, igual que siglos atrás ocurrió con la coronación a manos del Papa en turno de infinidad de Emperadores (protocolo real impuesto por el mismo Constantino y reeditado simbólicamente siglos después por Napoleón Bonaparte, y aunque él decidió coronarse a sí mismo, requirió la presencia del Papa).

El control religioso, es sin duda, cónclave para que la dialéctica histórica dejara de tener efecto sobre la evolución natural de los sistemas sociales hacia una verdadera liberación de la consciencia humana, por lo que para corregir el rumbo de la humanidad, es necesario no sólo derrumbar al control político, sino también el religioso, y la única manera de hacer esto, es mediante el estudio razonado de la historia de ambos poderes para descubrir su verdadero rostro. De esta suerte, es que surge esta parte segunda de El Sistema del Poder, y que se distingue con el nominativo La Teología de la Dominación.

Del mismo modo como los judíos se liberaron del control religioso para adaptarse sin mayor problema a las sociedades donde se establecieron a partir de la destrucción del máximo símbolo de su idiosincrasia: el Templo de Dios, de ese mismo modo la destrucción de los símbolos religiosos dogmáticos (o de su influencia) de todas las religiones permitirá la liberación del control social de la clerecía. También, del mismo modo como la conservación de las Sagradas Escrituras permitió a los judíos conservar su identidad como pueblo, de ese modo la conservación de las enseñanzas no dogmáticas de cada religión, permitirá el crecimiento espiritual y la unidad de los feligreses, pero ya no como religión, sino como una actitud ante la vida, a partir por supuesto, de la conciencia y el raciocinio, es decir, de la consciencia.

Desde el punto de vista racional, pero no por eso dejando de lado la parte espiritual del Ser humano, no hay razón para que una religión ejerza un poder fuera del adoctrinamiento sobre sus fieles; no hay justificación que sustente una autoridad más allá de lo ideológico, ya que si aceptamos que la religión nace como respuesta social a la Conciencia del Ser insatisfecha, es menester y obligado, que la religión, antes que otra cosa, busque dar fehaciente y verdadera satisfacción a la Conciencia Colectiva ligada a la Conciencia del Ser de un grupo humano. Por supuesto, esto es difícil porque al colectivizar los satisfactores, estos se reducen a su mínima expresión, dejando fuera las particularidades de cada individuo, aquellas que permanecen ajenas a la identidad original, de tal suerte que acabamos sobre una base que puede ser muy rica filosófica y epistemológicamente hablando, pero apenas perceptible en lo teórico y práctico, o al menos así debería de ser, sin embargo esto no ocurre: se tiene una base filosófica y epistemológica muy rica, sí, pero rígida, no sujeta al escrutinio racional (sea objetiva o subjetivamente), por lo que sus incongruencias permanecen inmutables y antes de abrirse a tal escrutinio y resolverse, provocan la escisión y la ruptura. Por el lado teórico y práctico, se tiene una cultura en permanente cambio, en perpetua transformación sin perder sus dotes de regidor de vidas, comportamientos y formas de pensar.

La escisión es la principal consecuencia de la falta de un adoctrinamiento más profundo y menos dogmático hacia los fieles, ya sea que abandonan la religión, o son víctimas fáciles de otras religiones. La lógica, en extremo pobre de quienes introducen una nueva doctrina, es del tipo: “¿crees en Dios?”, si la respuesta es Sí, se continúa: “Dios dice que hagas todas estas cosas..., entonces si crees en Dios debes hacerlas”; si uno no las hace, ya para cumplir con Dios, los maestros nos hacen cumplirlo por la fuerza, sea mediante acoso social, psicológico, económico o físico. A partir de que aceptamos una religión, nos convertimos no al Dios que sustenta el culto, sino que nos sometemos a los caprichos de la clerecía; y obtenemos no la recompensa divina prometida, sino el reconocimiento social y las dádivas (físicas, económicas o espirituales) del grupo religioso, incluida su aceptación. Por un lado, nos dicen que Dios es todo sabiduría y amor, y por el otro, nos convierten en marionetas estúpidas, ignorantes e incapaces de obtener de Dios sus enseñanzas por cuenta propia. Es cierto que para abrazar una fe teológica, se puede hacer a través de abrazar la religión respectiva, pero no es cierto que no pueda ser fuera de dicha religión.

En esta parte segunda, si bien se tratan muchos cultos religiosos y al menos se mencionan o dan ejemplos de muchos más, el núcleo de estudio viene dado por El Cristianismo, por ser este, uno de los de mayor influencia no sólo por su extensión y magnitud, sino por su influencia socio político religiosa a lo largo de la historia del mundo occidental. Es también importante decir, que es en el cristianismo católico, donde puedo dar mejor cuenta de los elementos de análisis tanto sociales, políticos y religiosos por ser el más extendido en mi país y por yo mismo, pertenecer a dicho culto en lo espiritual, y haber desertado de él en lo práctico, es decir, llevar un culto secular.

Ahora bien, es cierta la enorme influencia que han tenido las religiones en el ámbito económico a través de los siglos, pero no se incluye aquí un tratamiento económico de las religiones. Este, se incorpora en forma más o menos amplia, en la cuarta parte de esta obra, donde además se establece un modelo “ideal” que comprende no sólo lo religioso, sino también lo social, lo político y lo económico.

El poderoso, es como una araña: fabrica su trampa pero es él quien se ve atrapado en ella, porque a partir de ocuparla, se hace dependiente de ella.


1 La tesis fundamental del materialismo histórico, ha resuelto por adelantado explicar el origen de la religión como un «reflejo fantástico que surge en la conciencia social a consecuencia de un sentimiento de imperfección y de impotencia», sentimiento a su vez nacido de la flaqueza de medios técnicos de que dispone el hombre primitivo. Esto no nos lleva a ninguna parte: no se explica qué quiere decir «reflejo fantástico», ni cómo es que «surge», pero sí asegura tal surgimiento a partir de «un sentimiento de imperfección y de impotencia», pero sin un fundamento racional o experimental que lo pruebe como una generalización en la especie, como si se tratase de una característica intrínseca del Ser humano. Tal explicación es entonces, resultado de una pretensión más bien perversa y absolutista que seria.
2 Si algo es verdadero, entonces sólo lo puedo percibir si yo también soy verdadero. La verdad fuera de mí, me da certeza de mí. (nota del autor).
3 Ishtar, la diosa de la tierra, dice a Gilgamesh: “¡Ven, Gilgamesh, sé tú (mi) amante! Concédeme tu fruto. Serás mi marido y yo seré tu mujer. Enjaezaré para ti un carro de lapislázuli y oro, Cuyas ruedas son áureas y cuyas astas son de bronce. Tendrás demonios de la tempestad que uncir a fuerza de mulas poderosas.”.  el poema de Gilgamesh.
4 En el poema de Gilgamesh, este héroe lamenta la muerte de su amigo Enkidu, por consigna del dios Enlil, de la siguiente forma: “¡Oídme, oh ancianos, [y prestad oído] a mí! Por Enkidu, mi [amigo], lloro, gimiendo amargamente como una plañidera. El hacha de mi costado, confianza de mi mano, el puñal de mi cinto, [el escudo] delante de mí, mi túnica de fiesta, mi más rico tocado-- ¡Un demonio [perverso] apareció arrebatándomelos!”.

5 YAHSHU'A quiere decir LA SALVACIÓN DE YHVH (Yavé). Utilizo este nombre en vez de Jesús, dado que Jesús, es una derivación aproximada (Iesus) hecha por los romanos para el nombre Yeshua, que significa SALVACIÓN o SALVADOR. En las notas extraídas de las escrituras, utilizo Yeshua en vez de Jesús.
6 De EL EVANGELIO ÁRABE DE LA INFANCIA: “XLVIII 1. Había en Jerusalén un maestro de niños llamado Zaqueo, el cual dijo a José: Tráeme a Yeshua, para que se instruya en mi escuela. Y José le dijo: De buen grado. Y fue a hablar a María, y ambos tomaron consigo a Yeshua, y lo llevaron al maestro. Habiéndolo éste visto, le escribió el alfabeto, y le ordenó: Di Alaph. Y Yeshua dijo: Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Yeshua repuso: Explícame primero el término Alaph, y entonces diré Beth. El maestro dijo: No sé esa explicación. Y Yeshua le dijo: Los que no saben explicar Alaph y Beth, ¿cómo enseñan? Hipócritas, enseñad, ante todo, lo que es Alaph, y os creeré sobre Beth. Y, al oír esto, el maestro quiso pegarle.”
“2. Mas Yeshua, le dijo: Alaph está hecha de un modo, y Beth de otro, y lo mismo ocurre con Gamal, Dalad, etcétera, hasta Thau. Porque, entre las letras, unas son rectas, otras desviadas, otras redondas, otras marcadas con puntos, otras desprovistas de ellos. Y hay que saber por qué cierta letra no precede a las otras; por qué la primera letra tiene ángulos; por qué sus lados son adherentes, puntiagudos, recogidos, extensos, complicados, sencillos, cuadrados, inclinados, dobles o reunidos en grupo ternario; por qué los vértices quedan desviados u ocultos. En suma: se puso a explicar cosas que el maestro no había jamás oído, ni leído en ningún libro.”
“El profesor castigado de muerte. XLIX 1. Después, otro maestro, más hábil que el primero, dijo a José: Confíame a Yeshua, y yo lo instruiré. Y el maestro se puso a instruirlo, y le ordenó: Di Alaph. Y Yeshua dijo Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Yeshua repuso: Dame antes la significación de Alaph, y después diré Beth. El maestro, colérico e irritado, levantó la mano, y le pegó. Y, en el mismo instante, su mano se secó, y cayó por tierra muerto.” Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco.
De EL EVANGELIO DE SANTO TOMÁS: “Exposición del alfabeto. VI 1. Y un maestro de escuela, llamado Zaqueo, que se encontraba allí, oyó a Yeshua hablar así a su padre, y lo sorprendió mucho que un niño se expresase de aquella manera.
2. Y, algunos días después, se acercó a José, y le dijo: Tienes un hijo dotado de buen sentido e inteligencia. Confíalo a mi cuidado, para que aprenda las letras, y, con las letras, le enseñaré toda ciencia. Y también le enseñaré a saludar a los mayores, a honrarlos como antepasados, a respetarlos como padres, y a amar a los de su edad.
3. Y le escribió todas las letras del alfabeto desde Alpha hasta Omega muy puntualmente y con toda claridad. Mas Yeshua, mirando a Zaqueo, le dijo: Tú, que no conoces la naturaleza del Alpha, ¿cómo quieres enseñar a los demás la Beta? Hipócrita, enseña primero el Alpha, si sabes, y después te creeremos respecto a la Beta. Luego se puso a discutir con el maestro de escuela sobre las primeras letras, y Zaqueo no pudo contestarle.
4. Y, en presencia de muchas personas, el niño dijo a Zaqueo: Observa, maestro, la disposición de la primera letra, y nota cómo hay líneas y un rasgo mediano que atraviesa las líneas que tú ves comunes y reunidas, y cómo la parte superior avanza y las reúne de nuevo, triples y homogéneas, principales y subordinadas, de igual medida. Tales son las líneas del Alpha.” Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco.

Estas dos citas, reflejan lo dicho anteriormente: la diferencia entre la Conciencia del Ser y la Consciencia de especie. La primera, la encontramos en el conocimiento del alfabeto, la segunda, en el conocimiento del origen del alfabeto, su razón de ser tal cual es. Del mismo modo podemos redundar con dos ejemplos distintos:
1)       Yo sé que 5 x 8 = 40, en un conocimiento reflejo de una verdad que se presupone comprobada, así que para decir que el producto de 5 y 8 es cuarenta, no necesito partir del origen. Esto es el equivalente a la Conciencia del Ser. Sin embargo, si mi interés no es aplicar conocimiento, sino enseñar conocimiento, debo partir del origen: ¿qué es el ocho, qué el cinco, qué el cuarenta y qué el producto?. El ocho son dos pares de cuatros, cada cuatro son dos pares de dos, cada dos es la suma de dos unidades, así que el ocho, es el conjunto de dos cuatros, o de cuatro dos, o de ocho unos. Similarmente para el cinco. El producto de 5 x 8 es cinco veces el ocho, o sea, el conjunto de cuarenta unidades. Matemáticamente es lo mismo 5 x 8 que 8 x 5, pero fuera de la matemática, 5 x 8 sólo es equivalente a 8 x 5. la diferencia es que no es lo mismo apilar ocho hileras de cinco cubos que apilar cinco hileras de ocho cubos. Estas y otras consideraciones y razonamientos, conforman el equivalente a la Consciencia de especie.
2)       Un técnico sabe que agregando una cierta cantidad de sal (NaCl) a un recipiente con agua, se obtiene una salmuera. Sabe los reactivos (sal y agua) y sabe los productos (salmuera), pero desconoce el proceso: que se lleva a cabo una reacción de disociación o de ionización: NaCl + H2O à Na+ + Cl- + OH- + H+ , no sabe por qué se disocia la sal formando iónes, no sabe qué papel juegan las fuerzas intermoleculares, la tensión superficial del medio, los puentes de hidrógeno ni nada más. La diferencia entre un conocimiento y otro es análogo a la diferencia entre Conciencia del Ser y Consciencia de especie. En nuestro caso, no quiere decir que debemos conocer las ciencias físicas para conocer nuestra esencia. Estas son analogías para ejemplificar la diferencia. Por ejemplo, se habla mucho de la conciencia ecológica, cuando en realidad no es tal: el conocimiento de las cosas no es por sí mismo consciencia; la consciencia va más allá del conocimiento, más allá del convencimiento; tener consciencia es reconocer el espíritu de las cosas, o lo que debemos conocer pues somos parte de ese espíritu. En el Capítulo 1, segundo apartado hablaremos sobre qué es el espíritu.

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