Justificación
La religión, como
parte integral de la cultura de los pueblos sometidos, es muy importante en la
vida cotidiana de las personas. De esta manera, este libro intenta “poner al
tanto” al lector, acerca del origen y destino de la práctica religiosa y cómo
ésta, contribuye de manera determinante a los fines del Sistema, entre otras
cosas, muchas de ellas positivas, que a lo largo de la historia de la
humanidad, han perneado la forma de ver y entender el mundo.
Resultaba entonces
importante atender esta cuestión, no solo por su estrecha relación con el
Sistema, sino también porque por sí misma, es y ha sido un instrumento de
dominación y control social, político y hasta económico. El mundo no sólo se
divide en fronteras de Estado, también está dividido en religiones, entre otras
influencias de menor rango, como las que se derivan de la idiosincrasia
geográfica local, del origen histórico común y, en particular para el pueblo
judío, de su origen teológico – histórico – étnico.
Las fronteras entre
los diversos países, establecen además de los rasgos culturales y de
ascendencia común, formas de política social y económica determinadas, por lo
que se derivan conceptos como el de la soberanía de los pueblos y del mismo
modo las formas de convivencia, las posiciones hacia el exterior, etc. Dentro
de estas diferencias se busca también la homogeneidad, partiendo de las formas
de producir y comercializar productos y servicios, por lo que se ha hecho
indispensable un código internacional para las prácticas comerciales, que en
muchos casos están por encima de la legislación local en base a tratados y
convenios entre los Estados participantes. La religión en este sentido no juega
un papel determinante, sino más bien ha servido como justificante para llevar a
cabo acciones militares que buscan entre otras cosas, beneficios económicos. Es
así que desde las cruzadas, occidente se ha convertido para los pueblos árabes,
en el azote teológico económico de dichos pueblos, y es llevado a efecto
mediante la práctica política de alto nivel, seguida de la intervención
militar. La respuesta de los árabes, ante su desventaja geográfica, tecnológica
y militar, ha ido en dos vertientes: 1) la declaratoria de la Guerra Santa, y;
2) el terrorismo. La Guerra Santa, como principio defensor de la autonomía de
los pueblos musulmanes, ha ido perdiendo eco entre la totalidad de los Estados
de estos pueblos, pues el Sistema occidental se ha encargado de segmentar y
desintegrar la unión que se requiere para llevar a cabo una acción militar
conjunta que tenga cierta probabilidad de éxito (no en el sentido de imponerse
por las armas, sino en el sentido de ganar una mejor posición para las negociaciones).
Entonces, es el terrorismo la estrategia de moda para resistir la intervención
extranjera y, de paso, para castigar a los conciudadanos disidentes, donde esta
resistencia guarda estrechos vínculos con su filosofía religiosa, de tal modo
que mientras unos son fieles, el resto el mundo adquiere la
clasificación contraria, es decir, infieles. El terrorismo inicial,
procuraba la toma de consciencia de los testigos de las auto inmolaciones, pero
se trataba de no dañar a inocentes. Pero antes de lograr la toma de consciencia
de los testigos, estos se indignaban, por lo que de la auto inmolación, pasaron
al sacrificio de inocentes, no de todos, sino dejar vivos a algunos para que
sirvieran de testigos. Pero con el desarrollo de los medios tecnificados de comunicación
y el crecimiento de las fuentes noticiosas, ya no resulta siempre importante
que alguien quede vivo. Esta forma de exigir justicia, fue secuestrada por
grupos de líderes que más que reivindicaciones, buscan aprovechar el fanatismo
y la injusticia para justificar los golpes terroristas que dan al mundo
occidental, aunque en el fondo persiguen objetivos económicos y políticos
(liderazgos locales). Pero no sólo es el viraje a la práctica terrorista la que
ha aumentado su preferencia, sino el enorme gradiente militar entre oriente y
occidente, el cual les permite a los intereses internacionales inmiscuirse en
los asuntos de otros pueblos casi impunemente buscando beneficios políticos y
económicos. De esta forma, siempre habrá pretextos para el terrorismo. Tanto
los terroristas como los saqueadores internacionales, son los culpables de las
miles de muertes que esta lucha político económica produce. Es la inteligencia
al servicio de la codicia irracional que pretende de cualquier modo, resolver
los problemas que el Sistema produce dentro de las sociedades civilizadas, como
es la creciente e infrenable necesidad de recursos de todo tipo para el
sostenimiento de las economías de escala y el poder comercial que estas
economías brindan a sus propietarios, bajo la consigna crecer o perecer.
Especialmente, el
terrorismo florece en Medio Oriente a instancias de un conflicto añejo, nacido
de la lucha por la posesión de los territorios palestinos considerados
sagrados. Históricamente, existe otro muro que se levantó con la división entre
el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente, y más
recientemente, con la fundación del Estado de Israel en Palestina. Desde las
ambiciones de prestigio, poder y riqueza que acompañaban a los cruzados en sus
incursiones a Oriente para recuperar la tierra santa, pasando por el milenario
conflicto entre árabes e israelíes; pasando por el irreconciliable modo de
entender a Dios entre cristianos y musulmanes; pasando por los intereses
comerciales y de reservas petroleras en una zona que es, física, étnica,
comercial, cultural e ideológicamente, un punto de inflexión donde termina un
visión del mundo y empieza otra; hasta los abusos, dictaduras, invasiones,
extralimites y malas decisiones políticas de las últimas décadas, se ha
acumulado un rencor étnico, religioso y social, que ha perdido en muchas de sus
facciones, todo contacto con la realidad objetiva potenciándose así la
respuesta terrorista.
Independientemente
del conflicto occidente – medio oriente, la religión, es el “cemento” que
mantiene unida a la gente perteneciente a un pueblo, aunque cada vez con menor
alcance debido a la supremacía del Estado laico sobre la población de una
nación. Esta aparentemente condición débil del control religioso,
históricamente hablando, es más bien reciente y no aplicable a algunos países
(como es el caso de los musulmanes), pero eso no quiere decir que su efecto se
haya visto disminuido, sino más bien, tal condición aparente resulta de su
relación cada vez más estrecha con el Estado, de tal forma que las actividades
de control, para evitar duplicidades, van quedando incrustadas cada vez más
dentro del ámbito laico. Este entreguismo de la religión, básicamente se debe a
que los organismos religiosos, por su propia naturaleza y definición, han
perdido la posibilidad contar con un aparato militar duradero, quedando a la
zaga del poder impositivo del Estado laico. Ahora bien, digo que tal condición
de desventaja es aparente porque si revisamos la historia, fue el catolicismo
quien mejor botín obtuvo de la caída del Imperio Romano aún sin contar con un
ejército contendiente financiado por la clerecía a su servicio, al grado de
llegar a tener bajo su control a prácticamente toda Europa. Este poder
adquirido por la Iglesia a partir de su adhesión al Estado, no fue lo que
tenían en mente los líderes políticos, por lo que muchos de los conflictos en
la historia reciente, tienen que ver con los intentos, actualmente consumados
en la mayor parte del mundo, de restar parte de ese poder a la clerecía; se ha
hecho hasta donde resulta conveniente para mantener a la sociedad en cohesión y
aplicar las técnicas diseñadas para el control de un “banco de peces”. La
masonería mundial, al institucionalizar las fuerzas del Estado, ha logrado
relegar a la Iglesia a actividades fuera de la esfera política y fuera de los
principales instrumentos legislativos de control de las masas, pero no del
todo: a nivel personal, los líderes religiosos siguen pactando con los líderes
políticos sobre aspectos que sólo al Estado (tal como nos lo muestran) le
competen. Un factor que ha permitido y no sólo eso, sino que lo ha promovido,
es el modelo político democrático, ya que dentro de un pueblo altamente
sensible a la opinión de los líderes religiosos, las intenciones del voto
pueden ser manipuladas abierta o veladamente por estos líderes religiosos, ya
sea en pro o en contra de los líderes políticos en competencia. Los modelos
democráticos actuales que se desarrollan en pueblos muy religiosos, han dado un
poder inesperado a las cúpulas clericales, mismas que no tardarán en aprovechar
al máximo para mantener y acrecentar sus privilegios.
La fuerza de la
teología de la dominación, es un ente dormido que si bien, no hay visos claros
de que pueda despertar en un futuro cercano para cambiar al mundo radicalmente,
existe la posibilidad de que bajo ciertas condiciones pueda hacerlo y, en ese
caso, francamente el poder del Estado laico poco o nada podría hacer para
oponérsele. Es por esta amenaza que el Estado pacta y tolera (generalmente no
sólo tolera sino fomenta) la formación de tantas sectas religiosas como le sea
posible controlar, con el claro objetivo de segmentar a la población y
anticiparse a una unión prematura de los fieles bajo un solo mando ideológico.
Por su parte, las religiones más importantes en orden de matrícula, permanecen
cómodamente incrustadas dentro del pragmatismo del Estatal laico, como
agregados solidarios siempre que dicho Estado respete sus privilegios, lo cual
deriva a todas luces, en una condición de equilibrio entre ambos poderes. La
supuesta y tan cantada separación Iglesia – Estado, no es más que una cortina
de humo para ocultar la estrecha relación entre ambas respecto a fines
compartidos. “A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”, con la
salvedad de que esto no lo aplican a nivel de Reinos (celestial y terrenal),
sino a nivel de reparto del poder terreno. Un enfrentamiento entre los poderes
políticos y religiosos, no conviene ni a uno ni a otros, ya que los resultados
(a menos que el enfrentamiento sea local), serían de difícil predicción donde
todos pierden. Las luchas por el poder entre Iglesia y Estado, apuntan a
escenarios de negociación y cooperación, más que de abierto enfrentamiento.
Tanto el poder
religioso deja al Sistema hacer, como el Sistema permite las actividades de
control del poder religioso. Sólo cuando una de las partes cae en excesos, es
cuando la otra alza la voz, pero rara vez se llega a un verdadero
enfrentamiento entre ambos actores dueños del control social, más bien se
aprovechan las coyunturas para mantenerse vigentes. En esos casos, quien sale a
defender los intereses pisoteados del pueblo subyacente, sea el Estado contra
el Clero o el Clero contra el Estado, a la vez que amaga una demostración de
poder, justifican sus necesidades de ser y de poder ante el pueblo sometido. Se
verifica una y otra vez el juego del golpe y el masaje: uno golpea al pueblo y
el otro le soba. Los actos de supuesta democracia o justicia se convierten en
“acciones de bolsa” dentro del mercado político social del Sistema; se ha
dejado o al menos se ha expuesto la farsa de hacer justicia por la justicia
misma, como condición ineludible de la especie; nos damos cuenta que se hace
justicia por cumplir con la Ley, por ganar popularidad, por coyuntura política,
por conveniencia de grupo, etc., pero rara vez se hace justicia por el hecho
mismo a resolver. Esta asquerosa condición social del Estado, pone en evidencia
el agotamiento del Sistema como garante de la convivencia y del desarrollo humano
integral; comprueba la transfiguración de la Ley desde una concepción humanista
hacia una concepción mercantil donde el poder político forma parte de la lista
de productos de dicho mercado y donde la mercadotecnia es la malamente llamada
democracia. Pero esto no es reciente, ni inherente a los tiempos modernos.
Desde Darío el Grande, el manejo mediático a partir de simbolismos,
principalmente a través del arte, en la política de Estado, se ha usado con tal
éxito, que fue copiado por Alejandro Magno y posteriormente por los emperadores
romanos. La religión no se queda atrás en el manejo de los simbolismos a través
del arte; en la Edad Media, luego con mayor alcance durante el Renacimiento, se
desarrolla toda una serie de piezas simbólicas que engloban en su totalidad la
fe cristiana, desde los “santitos”, las cruces, los rosarios, los escapularios,
la Biblia misma, etc., con marcada influencia sobre la arquitectura, la pintura
y todas las ciencias y artes al relacionarse con los símbolos religiosos. El manejo
mediático en la actualidad, tiene mayor poder de influencia que nunca y es,
hasta cierto punto de vista “independiente” en la mayoría de los casos, aunque
tal independencia es limitada desde el punto de vista ideológico dados los
intereses de grupo y de clase social, ya que como se dice coloquialmente, “el
que paga manda”, y da la casualidad de que quienes pagan son las grandes firmas
nacionales e internacionales: las principales interesadas de que el Sistema
funcione bajo sus intereses..
Podríamos analizar
el desarrollo de la religión a través del estudio de la historia del arte y
complementar el análisis con el estudio de la historia del Sistema, pero no
llegaríamos a encontrar los detalles que escapan a nuestra percepción sistémica
si no hacemos el análisis desde una perspectiva fuera de la influencia del
Sistema. Por esta razón, la parte teológica del análisis, viene después de
haber analizado la parte política y, evidentemente, esta parte segunda tendrá
una mejor comprensión para el lector -en el caso de que haya completado la
parte primera y no sólo eso, sino que la haya asimilado. De otra forma, aunque
este análisis puede aportar algo al lector, sería una aportación similar,
equivalente o inclusive menor, que la obtenida a través de un estudio más detallado
del origen del fenómeno religioso.
Este trabajo, no
intenta tampoco hacer una apología por la apología misma, vaya, ni siquiera
como un tratado histórico. Más bien, se sirve de la apología y de la historia
como simples herramientas para ayudar a descubrir el núcleo filosófico sobre el
análisis del Sistema del Poder, contraviniendo la metodología convencional de
la práctica histórica en su estudio, con el fin de desembocar en la teoría;
aquí se pretende, a partir de la teoría, explicar la historia. Dicho de otra
forma, no trato de estudiar la historia para entender la realidad, sino que
trato de hacer entender la realidad, para explicar la historia. Esta
posición, deriva de un hallazgo: el atípico desarrollo del cerebro humano; como
dice el dicho “el hombre se hizo hombre hasta que comió carne”, más bien, algo
ocurrió para hacer que el hombre comiera carne, además de la necesidad de
alimentación. Por ejemplo, los elefantes escarban en ciertos lugares con sus
colmillos para comer la tierra y la razón es que en esos lugares hay ciertas
sales que complementan su dieta; el cerebro del elefante no necesita razonar
para mandar la señal que deriva en ese fenómeno; así, el cerebro de los
antepasados del hombre no necesitó razonar para inducirlos a comer carne,
indispensable para el futuro, atípico y sorprendente desarrollo cerebral. Ese algo,
ocurrió justo antes de que el hombre empezara a incluir la carne como base de
su dieta. Con los nutrientes necesarios, solo era cuestión de tiempo para la
evolución. Ninguna otra especie en la Tierra fue susceptible a ese algo,
sólo el hombre. Lo que nos falta saber es qué fue ese algo que disparó
la atípica evolución del cerebro humano; no sabemos si el proceso ha concluido
o sigue de acuerdo a esos grandes saltos espaciados en el tiempo tal como lo
hace la evolución biológica. Se sabe que los dos últimos saltos evolutivos de
nuestra especie se dieron, uno hace unos cincuenta mil años, y el más reciente,
hace unos tres mil años. ¿Nos espera otro salto evolutivo que sea definitivo
para acabar con el Sistema? ¿o nos basta con lo que tenemos para hacerlo?.
En esta segunda
parte, prosigue el objetivo antes oculto de la primera parte: reorganizar las
conexiones neuronales del lector a manera de programación neurolingüista inconsciente,
es decir, re educar las formas de pensamiento para contrarrestar la
programación sistémica que conlleva la cultura y el leguaje dentro de las
sociedades civilizadas y, hasta ese momento, estar en condiciones de encontrar
la esencia y espíritu del Ser humano, como único camino para el cambio
verdadero.
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